Kodak fue, durante gran parte del siglo XX, el rey indiscutible de la fotografía. Su dominio del mercado era tan abrumador que su nombre se convirtió en sinónimo de capturar recuerdos. Pero hoy, en un mundo donde las cámaras digitales y los smartphones han tomado el control, Kodak es un simple vestigio de su antiguo esplendor.
La caída de Kodak no fue un accidente ni un golpe del destino. Fue una muerte anunciada, causada en gran parte por la procrastinación de sus directivos, que se aferraron al pasado en lugar de abrazar el futuro. Esta es la historia de cómo la indecisión y el miedo al cambio destruyeron un imperio.
Paradójicamente, Kodak no fue víctima de la innovación de otros, sino de su propia invención. En 1975, un ingeniero de Kodak llamado Steve Sasson creó la primera cámara digital de la historia. El dispositivo era rudimentario, pero tenía el potencial de revolucionar la industria fotográfica.
Cuando presentó su invento a los ejecutivos de Kodak, la reacción fue tibia. La empresa estaba tan enfocada en su modelo de negocio basado en la venta de películas fotográficas que consideró que la fotografía digital era una amenaza en lugar de una oportunidad. En lugar de desarrollar la tecnología y liderar la transición digital, Kodak procrastinó y la dejó archivada por miedo a canibalizar su mercado.
Mientras Kodak ignoraba la fotografía digital, otras empresas como Sony, Canon y Nikon comenzaron a invertir en su desarrollo. Para los años 90, las cámaras digitales empezaron a ganar popularidad, y para principios de los 2000, ya eran el nuevo estándar. Kodak intentó ponerse al día, pero ya era demasiado tarde. La procrastinación había sellado su destino.
Cuando Kodak finalmente incursionó en la fotografía digital, lo hizo con una estrategia pobremente ejecutada. No supo competir con la calidad ni los precios de otras marcas. Pero el verdadero golpe de gracia llegó con los smartphones. Apple lanzó el iPhone en 2007 y con él una cámara incorporada que, año con año, mejoró hasta volverse la elección preferida para capturar fotos.
Kodak, que había tardado demasiado en adoptar la revolución digital, ya no tenía margen para reaccionar. En 2012, la empresa se declaró en bancarrota.
La historia de Kodak es un recordatorio brutal de cómo la procrastinación y la resistencia al cambio pueden acabar con cualquier negocio, sin importar cuán grande sea. Algunas lecciones clave:
Innovar o morir: No importa cuán sólido sea tu modelo de negocio actual, si no evolucionas, eventualmente quedarás obsoleto.
No subestimar nuevas tecnologías: Lo que hoy parece una idea inmadura puede ser el estándar del mañana.
El miedo a canibalizarse es peor que la canibalización: Si no eres tú quien revoluciona tu industria, alguien más lo hará y te dejará fuera.
Kodak tuvo la oportunidad de ser el Apple de la fotografía digital, pero decidió aferrarse a su pasado y dejar que otros se adelantaran. Si hay algo que aprender de su historia, es que en los negocios, la procrastinación es letal.
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